viernes, junio 02, 2006

Escucha


"La herramienta más útil para un médico, es una silla y una mesa"
Marañón



¿Soy bueno como médico? ¿Valgo para esto? ¿Cuáles son mis activos? ¿En qué sobresalgo? ¿En qué me siento más seguro, en qué más inseguro?
Son preguntas que me voy haciendo de tanto en tanto, para intentar mejorar, para intentar motivarme más cada día.
Hasta ahora, he descubierto que soy bueno en descubrir el punto exacto donde más le duele a las personas (física, no moralmente). Ya pueden llegar diciendo que notan un dolor que no pueden localizar, que allá va Herrdoktor y... ping... AHI AHI!! AY AY AY!!!!

Antes, pensaba que era un defecto, una penalidad, pero desde siempre la gente me ha tomado como su confesor. Siempre he tenido una capacidad innata para que la gente me cuente sus cosas, se me sincere... dicen que es porque sé escuchar. Al hilo de esto, os cuento lo que me pasó ayer en la consulta.

Había faltado un compañero médico, y sus pacientes fueron repartidos entre los demás que sí estábamos. En concreto, a mí me tocó la franja de 18 a 19 horas (justo en mitad de mi descanso... vaya).
Entra una señora de unos 70 años, vestida integramente de negro, acompañada por su hija. Desde el principio todo son quejas: dolor de cabeza, dolor de cuello, dolor de espalda, ruidos en los oidos... y el médico que no hace más que mandarle pastillas para el dolor, ni analítica, ni radiografía, ni que la vea un especialista. La hija, con actitud beligerante, me dice que había decidido acompañarla hoy para ver por qué el médico no le pedía esas pruebas y que le dijese lo que pensaba que le pasaba a su madre. Yo les informo de que no soy su médico y por tanto no puedo darles esas explicaciones, pero sí al menos buscar alguna causa que se pueda solucionar. La hija insiste en que es que el médico tal y el médico cual. Le vuelvo a decir que no voy ni a defender a mi compañero ni a darle la razon a ella. Que lo que voy a hacer es intentar ayudar a su madre.
Y sin más ni más... la madre, mi paciente, empieza a contarme que desde que faltó su marido no levanta cabeza. Que ha empeorado de todo desde que enviudó. Le contesto que la comprendo, e indago un poco en si este "duelo" que tiene la pobre mujer se va tornando en depresión o sigue siendo un duelo.
Y de nuevo, sin más ni más, la mujer me cuenta que es que el marido, que estaba en un estado terminal de una enfermedad, se le murió literalmente en sus brazos. La cosa fue más o menos así: le pidió que la abrazase, que tenía frío. La mujer lo abrazó, y al cabo, notó cómo había dejado de respirar. Acto seguido, la pobre mujer rompe a llorar. La animo a que llore y se desahogue.
Me percato de la cara de la hija. Está estupefacta. Ato cabos rápidamente. Pregunto a mi paciente si esto que me acababa de contar se lo había contado a alguien. La hija me responde por ella: no les había dado ese detalle.

La pobre mujer llevaba dos meses... dos meses cargando con ese peso. Solo necesitaba que alguien la escuchase. Alguien a quien descargarle ese horrible fardo.

Y es de lo que os hablaba... me eligió a mí, que en ese momento me sentí orgulloso de haberle dado la posibilidad de contarlo a la mujer. Creo que soy bueno en eso de escuchar.

5 comentarios:

yosola dijo...

Pobre mujer, por el fallecimiento de su marido y por llevar ese peso dentro dos meses sin que nadie la escuchase...

Me alegro de que te lo contara y que la pudieras ayudar...

Un besazo

Anónimo dijo...

Ostras, la hija se quedaría a cuadros.

Muchas de las personas que van al médico se curarían sólo con ser escuchadas, pero este sistema sanitario pone trabas a la atención primaria, con la saturación y las prisas.

Creo que puedes estar orgulloso, Herrdoktor.

Patxi dijo...

Enhorabuena!!!!

Eso si que es curar, a veces lo que más duele no es físico. Esa señora solo queria tener la oportunidad de hablar y tu se la has dado
Enhorabuena otra vez

Anónimo dijo...

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