lunes, diciembre 10, 2007
Matrioshka
En esa fría mañana el doctor Navas decidió que andaría hasta el hospital. Necesitaba llegar espabilado, dado que le esperaban por delante 24 horas de guardia y los domingos son traicioneros. Por la mañana, los resacosos y los restos del sabado noche. Por la tarde, tonterías y a la hora de cenar dos o tres casos complicados. Se cruzó con dos o tres madrugadores con el periódico, el pan y el perro, lo cual le hizo envidiar a esa gente que descansaba el domingo.
Al llegar a la puerta de urgencias, se alegró de no ver a nadie, ni la administrativa de recepción. Pensó en el café caliente que le esperaba, la alegre charla con los compañeros del turno de mañana, esa agradable media hora hasta que llega el primer paciente.
Cuando abrió las puertas de doble hoja, el tenso ambiente cayó sobre él como un manto de podredumbre. Detectó que algo grave pasaba, incluso antes de ver las caras de los compañeros. El doctor Olmedo, diez años mayor y un veterano del servicio, con la mirada le requirió aparte. Las caras de enfermera, auxiliar y administrativa, descompuestas, confirmaron el instinto del médico entrante.
En tono grave, Olmedo puso al día a Navas, en su estilo de frases cortas y precisas:
-¿Te acuerdas de Mara, la enfermera de planta?- dijo Olmedo mirando a los ojos a su colega.
-Mierda, sí, ¿qué le ha pasado?- preguntó Navas, pensando en una agresión, intentando recordar la cara del novio de Mara.
-La han violado esta madrugada. Está en Observación dos.
-Joder... me cago en todo...
-La ha encontrado un chico. La ha acompañado hasta aquí, a petición de ella.
-No me extraña, pobrecilla. Habrá querido venir a un sitio que conozca.
-Es que ha sido aquí cerca. Y además el cabrón le ha robado la chaqueta, donde llevaba las llaves.
-Menudo hijoputa. ¿Alguien conocido?
-No. La siguió desde la discoteca y la atacó en el parque.
-Joder. ¿Habeis avisado al ginecologo?
-Sí. La policia nacional está de camino. La he explorado, no tiene nada... por fuera.
-Vale, vete si quieres, ya me ocupo yo.
-De acuerdo, ya me cuentas.
Olmedo recogió su mochila y enfiló hacia la salida. Navas le miró mientras el veterano médico abandonaba el servicio. Al abrirse de nuevo las puertas de doble hoja, vio un chico joven sentado en la sala de espera, mirando hacia dentro.
-¿Quién es ese chaval?-preguntó Navas a Bea, la enfermera del turno.
-Es el chico que la ha acompañado. Se niega a irse hasta que sepa que Mara está bien.
-Joder, pues que buena gente. No la conoce de nada, ¿no?
-No, no. Se la ha encontrado y la ha acompañado hasta aquí.
-¿Hay café hecho?- preguntó Navas, de sopetón.
Bea, desconcertada, negó con la cabeza.
Navas se dirigió al minúsculo office del control de enfermería y preparó una cafetera.
Mientras el agua se calentaba, Bea miraba confusa a Navas. Lo conocía desde un año atrás, cuando Navas había entrado en el servicio. Poco a poco, se había integrado en el grupo de urgencias. Estaban acostumbrados a su tranquilidad, el empaque cuando se acumulaban los pacientes, "uno detrás de otro", solía decir el galeno. Aunque ese "uno detrás de otro" a menudo se convertía en un "de tres en tres", pero siempre con calma. Conocía el termino psicológico: "transferencia", para evitar que afecte a los sanitarios de forma personal el sufrimiento de sus paciencias y puedan trabajar con calma. Pero también conocía otra palabra: "empatía". Navas la tenía acostumbrada a ambas. Pero ahora no conseguía ver claramente ninguna de las dos en él.
El café comenzó a salir, y el médico se levantó y dijo que iba al vestuario a cambiarse, que se ocupase del café.
Navas volvió, enfundado en su chaquetilla y pantalones blancos, fonendoscopio a los hombros, disfrazado de médico, como él mismo solía decir. Se encontró con la mirada de Bea, huidiza, mientras le anunciaba lo que el olor ya había dejado claro: el café estaba hecho. Asintió y volvió a darse la vuelta, en dirección a las puertas de doble hoja. Cuando las atravesó de vuelta, venía acompañado por el muchacho que había traído a Mara. Entró en el office y sirvió dos cafés. Hizo sentar al chaval dentro del control de enfermería y le dio la primera taza. Bea entonces volvió a reconocer a su compañero de trabajo.
El pobre chaval, cuyo nombre era Miguel, llevaba una turca de campeonato. Pómulos encarnados, lengua de trapo. Agradeció el café y las magdalenas que Bea y Navas le ofrecieron, mientras les contababa, aún afectado, cómo había encontrado a la pobre Mara pidiendo socorro y llorando y la había acompañado. Y cómo aún no podía creer que algo así pasase en pleno centro de su ciudad y nadie lo oyese.
Bea y Navas asistían conmocionados por la desgracia de Mara, y a la vez maravillados del gesto del mismo. Ambos coincidieron en indicarle a Miguel que lo que había hecho le honraba. Miguel no salía de su estado de incredulidad, si bien se sonrojó un poco más.
Y en esas, llegó el ginecólogo a la vez que la policía. Estuvieron conversando con la joven y desgraciada enfermera en el box de observación donde ésta, acompañada por su madre, intentaba que pasara el tiempo, que se acabara esta pesadilla. A los minutos, salieron los policias preguntando por Miguel, a quien acompañaron a un box de urgencias vacío, para interrogarle y tomarle los datos. Mientras, el ginecólogo informó a Navas y Bea de que estaban esperando a que llegase una agente judicial.
Esperaron en silencio, apurando sus cafés, observando como los dos policías se entrevistaban con Miguel, hasta que llegó una chica joven, con gafas de sol y una mochila a la espalda que se identificó como agente judicial. Bea y el ginecólogo la acompañaron a la cama donde Mara yacía.
Navas quedó solo con sus pensamientos. La pareja de policías salió del box donde habían estado hablando con Miguel y quedaron apostados frente al control de enfermería donde Navas esperaba. Miguel quedó en un discreto pero atento segundo plano. Al cabo, salió Bea, y a continuación la agente judicial, acompañada por el ginecólogo. Se reunieron con los policías frente al control de enfermería, anunciando el traslado de Mara al Hospital Provincial, para que fuera convenientemente valorada por el forense.
Miguel, al observar movimiento, se acercó al grupo. A la vez, Mara, acompañada por su madre, salió del box, los ojos hinchados pero con expresión de entereza. Los policías comenzaron a salir, acompañados por la agente judicial. Miguel se acercó tímidamente a Mara, quien de inmediato le sonrió.
Se fundieron en un espontáneo abrazo, que se prolongó varios segundos. Navas quedó atrapado por la pureza del gesto. Un abrazo de pura gratitud, empatía, consuelo. Uno de los momentos más bellos que Navas recogería en su carrera como médico. Y pensó en como algo provocado por algo tan inmundo, tan feo y desagradable, tan denigrante como una violación podía producir algo tan bello como ese abrazo. En como en el mismo mundo en que cabía el degenerado que había violado a Mara, existía también gente como Miguel, que había ayudado a un semejante por pura bondad.
Navas recuperó un poco la fe en el ser humano, a la vez que pensaba en una Matrioshka.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
¡¡Ufff!! Para que luego digan que vuestra profesión está bien pagada.
triste pero precioso. Muy bien contado. Felicidades doc.
Espero que lo de la violación sea ficción y todo lo demas sea real.
Por desgracia, la agresión sexual fue real. Lo que me enteré hace poco es que no se llegó a "consumar"... me explico?
Publicar un comentario