lunes, diciembre 12, 2005

Objetivo agradecimiento


¿Qué me mueve a querer ser médico? ¿Por qué se me metió en la cabeza la idea de ser médico, y por qué si volviese a nacer lo volvería a hacer? ¿Y por qué precisamente Médico de Familia?

Hace aproximadamente 14 años (la mitad de mi vida, prácticamente) nació dentro de mí la idea de ser médico. La mayoría de las personas toma la decisión de qué va a ser cuando sea mayor en un momento entre su infancia y la adolescencia. Otros, simplemente se dejan llevar por la vida. Y a otros la vida les arrolla.
En mi caso, esta certeza me vino en el instituto.

Y un buen día de repente me estaba matriculando en la facultad de medicina de Valencia, alborozado, emocionado. Los dos primeros años sí que recuerdo que me motivaba pensar que estaba estudiando para ser médico, que es lo que "siempre" había querido. Luego simplemente me motivaba aprobar. Y en honrosas excepciones, aprender.

Y de repente, estaba preparando el examen MIR. Ya se suponía que era médico, pero ahora tenía que decidir qué tipo de médico. Qué especialidad. Una tarde, hablando con mi madre, llegué a la conclusión de que siendo leal a mis ideas, la mejor especialidad era la Medicina de Familia. De eso va este post (Premio para ti si has aguantado hasta ahora).

¿Qué me motiva a ser médico? ¿Qué me hizo decidir este camino?

Si se lo preguntas a los eruditos, te hablarán de motivaciones intrínsecas, de motivaciones trascendentes. Es decir, el altruismo, la empatía, el no tolerar el sufrimiento ajeno, el sentirse bien tras ayudar al prójimo. El darlo todo a cambio de poco. Y eso es cierto. Yo quería ayudar a la gente a sanar. Esos eran mis pensamientos con 14 años.

Ahora, tras conocer la medicina que se practica en el hospital, y tras conocer la medicina que se practica en el centro de salud, mis ideas han cambiado. Son tan sólo un matiz, no un cambio de dirección. Es poco. Pero emocionalmente para mí son un mundo.

Lo intentaré ilustrar con una historia. Casi todo es verídico.

Un día estaba de guardia en el hospital, y atendí a una persona encamada. Era una señora de unos 50 años. Padecía un cáncer incurable, y estaba en "cuidados paliativos". Yo tengo la idea de que estas personas siempre que sea posible deben de morir en su casa, en su cama, rodeados de sus cosas y su gente. No al lado de otro paciente, con una cortina de por medio, con una auxiliar desagradable, y con una comida que ni siquiera se plantea comer. No en esas condiciones. No sin su dignidad. Así que me lo pienso MUCHO antes de ingresarles.
El caso es que la mujer venía porque tenía fiebre. En un paciente con cáncer, el estado de sus defensas muchas veces es precario. Y pueden descender tanto que incluso un simple constipado se les puede llevar. Así que se toman una serie de medidas. Para empezar, se les pone en una habitación individual (hay 3 en la observacion de urgencias de mi hospital), para que nadie les contagie nada.
Le expliqué que la dejaba en observación unicamente hasta saber si sus defensas estaban muy bajas o si había alguna complicación que necesitase tratamiento hospitalario. Y que de otra manera, le daría el alta. La mujer además tenía dolores por todo el cuerpo. No recuerdo si eran parte de su enfermedad o parte del cuadro febril que la trajo ese día. Pero no me andé con chiquitas y usé un analgésico muy potente, que además causa sedación. La analítica salió normal, así como el resto de las pruebas. No había nada grave. Eran las 9 de la noche. Me pasé por la habitación y tanto ella como su hija estaban dormidas. La hija se despertó ante mi presencia, y fuera, le dije que estaba todo bien, que solo era fiebre y que era lo que había que controlar, que no hacía falta ingresar. Ella lo vio bien. Hice un comentario acerca de lo plácidamente que dormía su madre. La hija me contó que pasaba unas noches de perros. Que rara vez dormía más de tres horas seguidas.
Decidí darle el alta a la mañana siguiente. Dejé el informe de alta redactado, y me costó discutir con uno de mis adjuntos. Pero la noche pasó sin novedades para mi paciente.
Por la mañana, se me había acumulado mucho la faena, y apenas intercambié dos frases con la paciente y su hija cuando les di el alta.
Pasaron los días, y volvía a estar de guardia. Era un día de perros, no estaba muy fino y encima la guardia estaba imposible. Una compañera de Oncología estaba de guardia de planta, y nos vimos en la cena. Me contó que una paciente suya estaba encantada conmigo. Yo no recordaba el nombre, pero la compañera me contó que la había atendido en urgencias por fiebre y que la había dejado pasar la noche allí. Y que había dormido como hacía mucho tiempo que no dormía. Le había dicho que si me veía por favor me diese las gracias.

En ese momento, todo el peso de la guardia se alivió. Todo el mal humor se disipó. Es el momento en que ves que lo que haces merece la pena. Es mi motivación. En mí surgió una nueva certeza. Lo que me mueve, lo que me motiva día a día es el agradecimiento del paciente. Aunque no le cures. Aunque a veces solo le alivies. Aunque siempre le consueles... nada más... nada menos. En la mirada, en un gesto, en sus palabras.

Ese es mi objetivo como médico... el agradecimiento.

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